[NOTA BASTARDA: Ayer mismo hablé por teléfono con el amigo Javi, recién llegado al Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges. Una vez más me quedo a las puertas de asistir al certamen, algo especialmente decepcionante teniendo en cuenta que este año presentamos nuestro primer largo, “¡Maldito bastardo!”, del que ya os he hablado anteriormente en este mismo blog. Comentaba con Javi el atractivo de alguno de los títulos seleccionados para la presente edición, recordando entusiasmado nuestra anterior comparecencia en el festival en 2004, con motivo del pase de nuestro cortometraje, “La consulta del Dr. Natalio”. De entre las películas que tuvimos ocasión de visionar aquel año, todavía me quema en las retinas la excelente propuesta de Tsukamoto, desde entonces mi favorita del director de “Tetsuo”. Sirva este recordatorio como mi personal homenaje al bizarrísimo equipo de “¡MB!” y como brindis virtual al esperado triunfo festivalero.]

Quien una vez fue coronado como el emisario definitivo del manifiesto de la “Nueva Carne” nipona, hace tiempo que ha dejado atrás el cripticismo industrial y cyberpunk de su célebre díptico fundacional («Tetsuo» y «Tetsuo 2: The Body Hammer»), en beneficio de nuevas vías expresivas. Siempre fiel a sus constantes temáticas, Shinya Tsukamoto se entrega sin concesiones ahora al elogio de la poética doliente de las cicatrices del alma, en busca de una definitiva vía de escape a modo de expiación corpórea y psicológica. Prolongando el turbio calado emocional de las precedentes «Gemini» (1999) y «Snake of June» (2002), Tsukamoto enfoca en “Vital” (2004) a disección como metáfora perfecta, hiriente y arrebatadora. El resultado es un nuevo triunfo; tal vez, definitivo.

De entrada, pido disculpas si esta pedante introducción puede confundir al espectador a la hora de encarar con la mente limpia de prejuicios el visionado de esta verdadera obra maestra. Pero es que resulta complicado abordar en otros términos una cinta de semejantes características. En «Vital», Tsukamoto escarba hondo, hasta traspasar los límites de la piel, la carne y el cuerpo, desnudando los sentimientos de sus personajes con precisión quirúrgica. Explora el mapa del corazón como si de un libro de bocetos de Leonardo da Vinci se tratara, en una búsqueda de la personalidad individual y artística trazada a golpe de bisturí; adentrándose en los confines más íntimos y secretos de nuestros propios cuerpos para localizar y extraer la esencia misma de nuestra alma.

A riesgo de resultar redundante, siento no poder evitar caer en discursos grandilocuentes y pseudo-poéticos (es más, lo detesto), pero no acierto a encontrar precedentes similares para ejemplificar el impacto que me produjo esta película a nivel personal. El contenido poético y filosófico de sus hipnóticas y sosegadas imágenes acabó desmontando cualquier tipo de expectativa previa a la proyección, dejándome rendido y exhausto ante uno de los desenlaces más elegantes y hermosos del cine contemporáneo.

Hiroshi (un soberbio Tadanobu Asano, posiblemente el mejor actor asiático en activo) es un estudiante de medicina que padece un trastorno amnésico como consecuencia de un accidente de tráfico que le costó la vida a su novia, Ryoko (Nami Tsukamoto, un espléndido descubrimiento, sin parentesco alguno con el autor). De vuelta en su apartamento, bajo el atento cuidado de sus padres, Hiroshi se pasa los días deambulando como un fantasma, intentando descifrar las lagunas de sus recuerdos, con la memoria convertida en un folio en blanco.

El descubrimiento de un libro de texto sobre anatomía reavivará en él su interés por sus estudios de medicina, al tiempo que despertará el lento flujo de recuerdos de su novia, evocando diferentes aspectos de su relación. Ante los aparentes progresos de su hijo, los padres de Hiroshi le apoyan en su decisión por retomar la carrera allá donde hubo de abandonarla tras el accidente: en plena clase de anatomía patológica.

Durante sus prácticas, analizando cadáveres anónimos, Hiroshi experimenta la turbadora incertidumbre de que el cuerpo al que se encuentra practicando la autopsia sea el de la propia Ryoko. Llegado este punto de la historia, nuestro protagonista inicia una febril búsqueda de su pasado, alternando reminiscencias de la realidad con una prolongación onírica de su vida junto a Ryoko y los diferentes niveles narrativos comienzan a establecer una hermosa analogía psicológica con el proceso mismo de la disección.

El trabajo de Tsukamoto no siempre ha sido convenientemente interpretado por los ojos occidentales. La concepción habitual de su visionaria estética post-industrial, hermética y futurista ha primado por encima de cualquier otro contenido de clave social y humana presente en su filmografía. Así pues, su cine continúa pendiente de un necesario análisis de su naturaleza existencialista. Incluso en sus más grotescas fábulas, el autor muestra un afán de exploración de los rutinarios rituales cotidianos, la soledad humana y la crisis de identidad. Por ello, «Vital» pasaría por ser la sublimación esencial de sus rasgos autorales, facilitando una nueva vía de estudio de toda su filmografía anterior. Por ejemplo, comienza a resultar cada vez más notoria la obsesión de Tsukamoto por retratar (de un modo más o menos explícito, lírico o brutal) los síntomas de la pérdida de consciencia espiritual individual y consiguiente aflorar de nuevas sensibilidades, siempre tan acordes con la opresiva vida en las grandes metrópolis.

Del mismo modo, el doloroso -y hasta necrófilo- sentido del romanticismo (presente en la dualidad que se establece entre el omnipresente recuerdo de Ryoko y la enfermiza relación del protagonista con su nueva novia) juega un decisivo papel de cara a la brillante conclusión de la historia. Una expiación del dolor y la ausencia magistralmente expuesta en las secuencias que enfrentan a Hiroshi con el padre de Ryoko y que nos revela un nuevo registro de abstracción que hasta ahora solo nos había permitido intuir en sus obras anteriores.

Cualquiera que sea la recepción que uno haga de la película como espectador, lo único verdaderamente incuestionable es su perfecto acabado plástico y el sentido de armonía que impregnan todas y cada una de sus imágenes (especialmente memorable la secuencia de Ryoko danzando en la playa), que la convierten en un verdadero placer estético, acorde con la carga de profundidad emocional de la historia.

En su conciso metraje, Tsukamoto demuestra haber madurado como artista, renovándose por completo y entrando por justicia en el Olimpo de los grandes. Donde antes había rabia cinética y explosiones de violencia pesimista, ahora persiste ese intensísimo sentimiento de amarga belleza. Tanta que de hecho a uno se le hace un nudo en la garganta solo de intentar recordarla.

Absolutamente indispensable.

[POSTDATA BASTARDA: Para todos aquellos que podáis acudir el pase de “¡Maldito Bastardo!” en Sitges, comentaros que la proyectan mañana (día 9) dentro del maratón de Midnight X-Treme, “Spanish Bizarre”. Será a las 01:00 h. en el Casino del Prado. ¡No os la perdáis!.]