Retomado el hilo de las relecturas turcas de las sagas galácticas (y después de dar cuenta de su chanante versión de «Star Trek») mayor delito supone todavía el apropiacionismo megalómano de Çuneyt Arkin a la hora de afrontar su archiconocida versión del clásico de George Lucas, habida cuenta del celo con el que éste suele gestionar los lucrativos derechos de su famosa franquicia galáctica. Y es que el concepto de plagio se queda corto a la hora de abordar el visionado de “Dünyayi Kurtaran Adam” (“El hombre que salvó el mundo”), verdadera cumbre del morrismo cinematográfico turco a costa de la saga de “Star Wars” que, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en definitivo objeto de culto para todo aquel aficionado que disponga de una conexión con un ancho de banda afín a sus tragaderas bizarras.

Arkin, toda una celebridad nacional, pasará a los anales de la Historia del cine turco gracias a su aparición en barrabasadas tercermundistas de la calaña de “Kanunsuz Kahraman” (“spaghetti western” a la sombra del tríptico de Sergio Leone) o “Vashi Kan” (un “Rambo” de violenta orientación fundamentalista). Ante semejantes precedentes y ostentando un currículo de más de trescientas películas a sus espaldas, os podéis hacer una idea de la clase de tropelías que nos esperan al encarar su “obra maestra”: un compendio de incompetencia narrativa y desfachatez desproporcionada que saquea el legado de Luke Skywalker, Flash Gordon y hasta Indiana Jones en un “tour de force” ajeno a cualquier atisbo de escrúpulos. ¿Cómo definir si no una película que arranca con un despliegue de imágenes directamente robadas del original de Lucas, en cuyas secuencias de acción suena el reconocible tema central de John Williams para el arqueólogo del látigo y cuyo villano parece una versión de baratillo de Ming, el archivillano del héroe de Alex Raymond?

El argumento se centra en un par de héroes que realizan un aterrizaje forzoso (¡fuera de plano!) en un inhóspito planeta, donde dirigirán un movimiento de insurgencia contra el maligno tirano que planea dominar el Tierra. El resto es un desfile de espadas de madera pintadas de color plateado, cucarachas travestidas en escorpiones mutantes, estratosféricos saltos sobre camas elásticas, bestias asesinas con máscaras de carnaval y monstruos cuyo pelaje se asemeja al de una alfombra para el baño. Es decir, todo un festín para el buen aficionado al cine de barrio y las barracas de feria.

El guión viene firmado por el propio Arkin, quien también ejerce de productor y director, además de reservarse el papel protagonista. Para curarse en salud de cara a la crítica, Arkin adujo en el momento de su estreno que se había inspirado en las luchas mafiosas por el poder del distrito de Beyoglu, en pleno corazón financiero de Estambul. Una excusa tan inútil como innecesaria para justificar un disparate de dimensiones alucinantes en el que se suceden sin respiro las secuencias antológicas de comicidad inintencionada, como  la pelea en la cantina (¡que ríete tú de Mos Eisley!), el risible entrenamiento “jedi” del protagonista o la chirriante escena de seducción a una odalisca teñida de rubia y bastante entrada en carnes.

“Dünyayi Kurtaran Adam” (Çuneyt Arki, 1982)  -Subtitulada al inglés-